Tal vez también, porque llegar al Louvre, entrar a sus salas y recorrerlo, es un desafío verdadero al buen ánimo de cualquiera. Digámoslo de una buena vez: El museo del Louvre es un gentío, supongo que especialmente en verano, aunque me cuesta poco imaginarlo igual de lleno en cualquier época del año. En realidad, lo que provoca, y creo que es lo que mucha gente hace, es entrar, buscar las obras emblemáticas y salir corriendo. Cosa que es un error. Es cierto que es imposible dejar de ver La Gioconda o La Venus de Milo; pero tal vez más grave sea perderse el resto. Es un museo magnifico, es una cosa increíble. No lo es sólo por el edificio, que ya es una maravilla aunque estuviera vacio, es que tiene una colección tan vasta, tan importante, tan estudiada y tan famosa que visitarlo se convierte en un asunto de vida o muerte. Pero, olvídese de querer verlo con detenimiento a menos que usted tenga una capacidad de abstracción comparable a la de un monje tibetano, y olvídese de intentar verlo todo de una sola vez, a menos que reserve todo el día para ello y tal vez ni siquiera así, pueda lograrlo.
Cuando entré y me vi ante esa enorme cantidad de personas que intentaban lo mismo que yo, decidi, en un momento de salvadora iluminación, recorrerlo contra la corriente. Es decir, hice el recorrido de sus tres pabellones caminando en el sentido opuesto al que iba la multitud. Llegué a los mismos lugares, pero tuve menos tropiezos y creo haberlo disfrutado un poco más. También creo que vi mucho de lo que otros turistas no ven. Pero, lamento tener que pensar que es una de esas cosas que muy probablemente veré una sola vez en la vida. No importa cuántas veces más tenga la suerte de ir a Paris.
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