Es el 1 de agosto de 2012, después de una desagradable espera en el Aeropuerto de Maiquetía, (el peor castigo que sufrimos los venezolanos que intentamos poner tierra de por medio de vez en cuando) y una larga serie de revisiones, cacheos y preguntas absurdas, estoy finalmente abordando un vuelo de Alitalia con destino a Roma y de ahí una conexión, para la que tengo muy poco tiempo, que me llevará finalmente a Paris. Si todo sale bien, estaré abrazando a Rayi a eso de las 3 de la tarde.
Viajar por Alitalia no es lo mejor que le puede suceder a nadie, de paso. Tengo la sensación de que el avión es más chiquito, que no hay suficiente espacio para las piernas y que la suerte de los pasajeros no es prioridad del “personal a bordo” y aunque nadie se monta en un avión pensando en la comida que le darán, esta vez, realmente superaron todas las opciones de malo para peor. En mis años de viajero (que por suerte no son pocos) jamás me alimentaron tan mal. Tan indescriptiblemente mal.
La única suerte es que mis compañeros de viaje van en plan de calma – deben estar tan hartos como yo – y, abortado el plan de cenar, me voy quedando dormido poco a poco en mi asiento. Dentro de algunas horas, Europa, otra vez; Rayi conmigo otra vez y algunos destinos inéditos por primera vez
Que maravilla!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario