Nunca he entrado al Moulin Rouge; básicamente porque me parece carísimo (casi 300 euros). Entiendo que debería, pues se trata de una atracción que más que cualquier cosa, es parte del paisaje turístico de esta ciudad y uno de los cabarets más famosos del mundo. No sé cómo es por dentro, así que no puedo hablar de eso. Sé que se trata del famoso espectáculo de Can Can (bellas mujeres que bailan a coro) y algunas otras cosas más, según me han dicho. Y sé también, (recién lo descubro) que está situado en el límite entre lo decente y lo francamente pecaminoso. Es decir, donde termina la ingenuidad artística del barrio de Montmartre y empieza la descarada oferta de pecado que es Pigalle.
Creo que entre los pocos turistas que, esta noche de llegada a Paris, deciden seguir de largo somos nosotros. La fila de personas que aspira entrar a cenar y ver el show es bastante larga; aun así nos detenemos para las fotos de rigor frente a este otro templo y emprendemos camino hacia Pigalle.
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