Sin duda, uno de los rincones más turísticos de París es este barrio, única colina de la ciudad, a la que acuden, por cientos, turistas de todas partes del mundo para descubrir sus muchos encantos. Por cierto, créame que cuando digo muchos, estoy diciéndolo con exactitud y conocimiento de causa.
Montmartre es un antiguo barrio de artistas cuyo centro parece ser la imponente iglesia del Corazón de Jesús (una joya, realmente). Situada en lo alto de la colina, Le Sacred Cour es mirador, lugar de descanso, centro de fiestas, espacio de meditación y oración y una de las iglesias más bonitas de Paris. Pero, es un poco más: alrededor de Sacred Cour se abren infinidad de callecitas que es imperativo recorrer con calma y con ojos bien abiertos, las posibilidades de grandes sorpresas son infinitas. Tanto la muy comercial y ya poco atractiva “plaza de los pintores” (una pequeña placita a la izquierda de la iglesia en un intrincado mundo de callejuelas) que aun mantiene, para turistas incautos, algunos retratistas con talento que te sacarán un ojo si te sientas en sus sillas, y muchos sitios para comer bajo un sinfín de toldos y terracitas. Es bonito, como no, pero a mí siempre se me antoja demasiado turístico, tal vez porque en efecto lo es y su carácter no lo desmiente.
Más abajo, empezando a salir del bullicio de la plaza y los sitios más conocidos, el Boulevard de Clignancourt esconde lo mejor del barrio: los sitios de los alegres nativos, realmente muy animado en esta época del año, y algunos lugares donde vale la pena detenerse a comer y tomarse una copa de vino.
Nosotros, para celebrar el inicio de nuestro periplo, cenamos EXQUISITAMENTE todas las variedades de Raclette que ofrecía un restaurante cuyo nombre siempre me arrepentiré de no haber anotado. Así, comiendo y disfrutando la conversación, la noche empieza a caer sobre Paris, decidimos caminar un rato.
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