martes, 15 de septiembre de 2009

Ahi viene la novia

















¡Dios mío…cuanta belleza!
Para la mayoría de nosotros es un ritual inédito, debe ser por eso que nos sorprendemos hasta las lágrimas. El pequeño pueblo de Velvedos se está preparando para despedir con alegría la soltería de una de las suyas; nosotros nos estamos preparando para vivir una experiencia que probablemente no se repita jamás.
A las puertas de la casa de la novia, al son de música tradicional interpretada por una banda local, somos recibidos con dulces que se deshacen en la boca y pañuelos blancos que se anudan en los cuellos de los hombres. En breve saldremos con Eva para la iglesia.
De repente, una gran algarabía nos hace voltear la mirada: en lo alto de una escalera, como una visión de cielo, Eva aparece radiante, vestida con un precioso traje en tonos dorados y blancos, tocada su cabellera roja por un discreto arreglo de plumas y en estado de éxtasis total, Eva es, esta tarde, una de las novias más bellas que han visto mis ojos.
Tras de si, su madre, un personaje de ficción hecho persona exultante, que quiere llevarnos con ella para siempre, mostrando el mejor lado de este gentilicio insuperable.
Empieza la procesión que toma un poco más de una hora. La novia baila sin parar mientras recorre las calles de su infancia, los vecinos salen a los balcones para ofrecerle bendiciones, las amigas de la madre llevan bandejas con almendras, arroz y hojas de hierbabuena que empiezan a repartir entre las mujeres y todos, sin excepción, bailamos el camino hasta la iglesia.
No puedo más que pensar que un matrimonio que empieza bajo los augurios de tal felicidad, está destinado a durar toda la vida. Así sea.

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