domingo, 6 de septiembre de 2009

Bazar de las Especies





Es muy fácil llegar hasta aquí. Basta dejarse llevar por la intuición del comprador que anhela gastar su dinero en sorpresas que despierten sus sentidos, y caminar alrededor de la Mezquita Nueva. Detrás, un antiquísimo galpón de techos abovedados y desnudas paredes de adobe, acoge principalmente a vendedores de toda clase de especies dulces y saladas, exhibidas en sacos de yute como en cualquier mercadillo de pueblo. El bullicio es tremendo. Los gritos de los vendedores son sofocados por el babel de los visitantes, dispuestos a regatear en todo idioma posible. EL rico sachet del bazar está compuesto de Cúrcuma, Pimientas, Coriander, Tomillo, Azafrán de colores imposibles, Te de Manzana, de Pétalos de Rosa, Te Negro, Canela, Clavos de Olor y miles de hierbas perfectamente desmenuzadas que los comerciantes ponen en tus manos para que te deleites estrujándolas. Embebido en tal aroma, me entretengo tratando de conseguir un precio, que a mi me parezca adecuado, para un molinillo de bronce, cuando un joven vendedor de miel en panal, me ofrece un frasco de Turkish Viagra, al tiempo que me invita a entrar a su tienda y me pide que le de un masaje en el cuello, si quiero mi molinillo a precio de ganga. Al colocar mis manos sobre los hombros tensos del vendedor, este se voltea para decirme que en lugar del molinillo prefiere cambiar su oferta y darme “tantos besos como yo quiera” a cambio del masaje.
Concluyo divertido mi particular festín de los sentidos, con la absoluta certeza de que todo lo vivido ha puesto a prueba mi pacata resistencia.
Y es que Istanbul es así. Una hermosa mujer velada con ímpetus y sensación de hombre que va despojándose de sus velos, mientras danza a tu alrededor la trampa de un embrujo que tiene aromas indefinidos, sonidos indescriptibles, ojos desafiantes, sabores ásperos y el ronco canto del Almuédano recordándote el pecado del que ya nadie podrá salvarte.

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