martes, 15 de septiembre de 2009

Prólogo para una fiesta





En la posada hemos amanecido de boda. Esta tarde a las 6, seremos testigos de la unión por el rito griego ortodoxo de Alejandrito y Eva, una ocasión que a pesar de las distancias, no pierde nada de sabor venezolano, al menos en sus preparativos.
Es imposible alejarse del jolgorio previo aunque quisiéramos. Las voces hoy, son un poco más altas y tienen mucho de urgencia. Citas en peluquerías que se abortan al último minuto, rutinas protocolares que nadie ensaya porque nadie conoce, planchas que bajan y suben apresuradas para ponernos a punto, carreras preparatorias inevitables y un íntimo deseo fervoroso de que todo salga a pedir de boca. Como seguramente será.
A pesar de todo, encontramos tiempo para reír sin parar, debe ser que la felicidad de este día empieza a contagiársenos a todos; los chistes de Alejandro padre son cada vez más agudos, y la cara atribulada de Marines es bastante adecuada a las circunstancias.
Algunos nos hemos escapado a las calles del pueblo para constatar con asombro que la boda es el tema del día. En cada lugar que paramos, la gente comenta que somos “los extranjeros” que han venido desde lejos para participar de la fiesta, nosotros sonreímos divertidos sintiéndonos más bienvenidos que nunca.
Llega la hora. Todos a ducharse, a vestirse, a prepararse para lucir lo mejor de cada quien. El novio ha llegado a vestirse en casa y nos anuncia que debemos estar en casa de la novia a las 4 de la tarde para acompañarla en su traslado a la iglesia, aún no imaginamos la feliz sorpresa que nos espera.
Hay fotos a la salida, hay caras de profunda emoción y ganas de fiesta. Hay sensación de tribu y cariño, vamos a casar a uno de los nuestros.

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