jueves, 10 de septiembre de 2009

ALEJANDRIA, esplendor con cicatrices





Una vez más, negociamos un completo recorrido por la ciudad con un taxista que nos exige 100 euros por el viaje de un día; dividido entre cuatro, es precio de ganga. Nos vamos un viejo auto en buen estado, manejado por un nativo que intenta, a toda costa, obtener beneficios económicos extras, trampa en la que no caemos.
Tomamos la avenida que sale del puerto y empieza el descubrimiento de una ciudad absolutamente fabulosa, en su peor vestidura.
Las primeras opiniones están muy divididas: Todos pensamos que la ciudad es muy sucia y caótica, pero Rayita y yo encontramos una hermosura abrumadora en estos edificios deteriorados, estas calles congestionadas y este malecón que bordea buena parte de la ciudad y que hoy viernes efervece de actividad.
La ciudad es una muestra de lo que fue, y lo que fue, es lo que vamos descubriendo a medida que avanzamos entre callejuelas sucias y desordenadas, repletas de hombres que visten largas batas de algodón y mujeres tapadas con la preceptiva Burka. El canto de los almuédanos retumba con fuerza por todos los rincones, mientras visitamos catacumbas, restos de ciudades con siglos de antigüedad, fortalezas medievales y en todas las esquinas, un reguero de alfombras bajo toldos verdes o bajo el inclemente sol del mediodía que acoge el rezo fervoroso de los hombres de la ciudad una vez que las incontables mezquitas agotan sus espacios.
Tenemos la sensación de haber penetrado los muros de una antigua mansión que conoció tiempos mejores, pero insiste en mostrarse, desprovista de todo pudor. Se acerca el momento de entrar a la Biblioteca, creo que el corazón se me sale por la boca.

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