martes, 29 de septiembre de 2009

A una fiesta hemos venido









Pero también a una manera de acercarnos a un pueblo de alegría desbordante y amabilidad sin par. Somos los forasteros que buscan la ventanilla más cómoda para asomarse por primera y tal vez última oportunidad, a un mundo que nos tiene extasiados.
Servida en un inmenso jardín, la fiesta comienza por una cena abundante y sin pretensiones en la que abunda la comida más tradicional, pero más sencilla, de la familia griega: cordero asado, pollo a la parrilla, frescas ensaladas, champiñones y papas rostizadas y en todo, el inconfundible aroma de especies con indudable prosapia mediterránea.
Mientras comemos, los primeros acordes comienzan a reclamar la presencia de invitados en la pista de baile; lentamente todo se va llenando de improvisados grupos de hombres y mujeres que conocen todas las cadencias y a ellos se unen algunos de los que se atreven a llamar un poco más la atención.
Entonces, la noche gira alrededor de los bailes. Evatia y Marines hacen un baile en solitario, los parientes entrelazan sus manos con invitados venidos de varias partes del mundo y después de varias horas en las que los licores han fluido sin parar, un buen toque de salsa pone calor a la noche.
Llegan los postres, riquísimos, y en el medio de la pista, una copa solitaria recibe a la cuñada de Eva en un baile con profundo significado: todo está llegando a su fin y así como de la tierra hemos venido, a ella debemos regresar. Eva y Alejandro se acercan y con sus palmas y la de muchos más, marcan el ritmo a la solitaria bailarina.
En nuestras mesas comienza el lento desfilar de despedidas, arreglos para la partida, certezas de haber vivido una noche inolvidable. Son las tres de la madrugada y estamos regresando a la posada. Nos quedan tres días mas, antes de volver a casa.

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