domingo, 6 de septiembre de 2009

Una azul experiencia religiosa









Se ha llenado mi libreta de lugares comunes. Pero estoy sin aliento en el medio de uno de los edificios religiosos más famosos del mundo, ignorando los malos olores de la legión de turistas, el calor y cualquier cosa que intente perturbar este momento irrepetible.
El recuerdo de la niñez transcurrida a la orilla de la playa me hace la mejor trastada. Estoy en la arena oscura de Chichiriviche dejando caer lodo arenoso entre mis dedos para construir una tras otra, torres que adornen un efímero castillo de arena. Mis torres son estilizadas, altísimas y llenas de diminutas bolitas de arena mojada que chorrean entre mis dedos de niño. Cuarenta y tres años más tarde, entiendo que entonces contemplaba los primeros minaretes de mi vida. Me permito imaginar presuntuoso, que un juego similar inspiró a Mehmet Aga, para construir este magnifico capricho religioso del Sultan Ahmet I en 1609: Una mezquita del color del mar, cuyos minaretes se irguieran orgullosos sobre la sacrosanta verdad de La Meca. (Sitio al que tuvo que ir Mehmet para construir un séptimo minarete y acallar de esa forma las iras del mundo musulmán ante la violación de la que había sido objeto la mezquita de las mezquitas en el sagrado lugar de La Meca)
La grandeza de la Mezquita Azul solo puede compararse a la romana Basílica de San Pedro, aunque a diferencia de aquella, aquí los mirones nos mezclamos impúdicos con musulmanes orando inclinados hacia La Meca. Lentamente recupero el sentido de realidad, extasiado ante lo que probablemente sea una visión de ensueño: Esta gigantesca mezquita del color del mar tranquilo de mi infancia.

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