martes, 8 de septiembre de 2009

Capadoccia





Montañas inimaginables de roca en tonos amarillentos, blancuzcos o del color rosa de la arcilla, que con el paso de los siglos han tomado formas muy caprichosas, son llamadas aquí, chimeneas. Valles agrestes que se hunden en la profundidad de millones años, surcados aquí y allá por tranquilísimos ríos. Un gigantesco volcán dormido que cuida de esta naturaleza imprevista. Pequeños pueblecitos de calles adoquinadas y niños que juegan una versión propia de nuestro “pisé”.
Tengo la súbita sensación de estar entrando a un mundo desconocido e incomprensible. Me dejo llevar por la certeza adquirida en El Bósforo de que este es un viaje para sentir, no para comprender. Pongo mis sentidos a disfrutar de esta cosa totalmente desconocida y llego al hotel en plena felicidad.

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