domingo, 6 de septiembre de 2009

Una ciudad que canta







Nací y vivo en una ciudad de campanas. Mi pequeña Mérida está llena de iglesias cuyas campanas algunas veces se sobreponen al escandaloso ruido del siglo XXI para intentar penetrar las mañanas frías de merideños que ya no las escuchan. Iglesias repicando a misa en mi Mérida de siempre; mezquitas llamando a orar en el Istanbul que voy descubriendo a pedacitos. Una manera y otra de estar frente a una constante religiosa: Los ritos empiezan con sonidos musicales que se van grabando en nuestra conciencia para recordarnos que pertenecemos a algo.
Istanbul se llena de cánticos cinco veces al día. Desde los incontables minaretes de sus más de 300 mezquitas, las voces de los almuédanos recuerdan a los feligreses que ha llegado el momento de orar. El canto de la ciudad comienza a las 4:30 de la madrugada, se repite a las 12:30, suena nuevamente a las 4 de la tarde, otra vez a las 8 de la noche y se apaga a las 9:30. La voz del almuédano se logra escuchar en cualquier rincón en que te encuentres, acompañada del ronco sonido del Nei, único instrumento musical que acompaña sus cantos. A esas horas, es imposible entrar a las mezquitas y de alguna manera el turismo descansa; los hombres de la ciudad se incorporan silenciosamente a la oración, de rodillas en dirección a La Meca, descalzos y purificados, besan la tierra tres veces seguidas y comienzan un rito durante el cual muchas veces se inclinaran sobre sus rodillas para volver a besar la tierra. Las mujeres harán su propio ritual desde espacios cerrados exclusivos para ellas. Hoy, el canto de la ciudad nos acompaña en lo que será un momento de profunda emoción. Nos estamos acercando a la Mezquita Azul.

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