miércoles, 9 de septiembre de 2009

La casita de la Virgen







Un momento de sublime emoción en un día que está para siempre marcado en la memoria de los días que no hubiera querido vivir. Un 12 de agosto, como hoy, Mamá se marchó de este mundo y desde entonces han pasado dos años de tristezas y una vida que no es la misma.
Me preguntaba desde el inicio del viaje si encontraría la forma idónea de homenajear su memoria, hoy obtengo la respuesta: Visitar hoy, la casa en la que vivió hasta la edad de 101 años la mismísima Virgen María, de quien Celinita fue tan devota, es muy significativo, por decir lo menos. En calma con mis emociones, me meto en la fila donde muchísimas personas esperan su turno para entrar a un lugar que se considera sagrado para todos los cristianos.
La casita se alza en lo alto de una colina tras la cual se cree, está la tumba de María Santísima. Pequeñísima y austera, la cabaña construida en piedra, no difiere en nada de las discretas viviendas de labradores que hemos visto en muchas partes. Adentro, una oleada de fervor llena el espacio cuyo único adorno es una imagen en bronce de la Virgen frente a un altar de mármol blanco, allí deposito mis oraciones y el recuerdo amado de Celinita. Al salir descubro un muro donde los visitantes dejan cartas con peticiones y saludos a la Virgen, dentro de una especie de nido hecho con nudos de algodón. Escribo una nota a Nuestra Señora por haberme brindado la oportunidad de venir a conocer su casa en un día tan especial y tomo unos minutos alejado del bullicio para una meditación personal. Mi alma se siente reconfortada y por encanto, la tristeza da paso a una iluminada paz.

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